Dos estrategias frustradas
Las dos principales fuerzas nacionalistas tenían un plan prometedor de cara a las próximas e inevitables elecciones catalanas. Por un lado el PDeCAT de Torra esperaba rentabilizar la mala gestión de la pandemia de Pedro Sánchez y tras recibir las ansiadas competencias autonómicas colgarse la medalla de la recuperación o "represa". Por otro lado ERC había jugado de forma muy inteligente su papel de interlocutor con el Gobierno de España, con ese aire de "bilateralidad" tan buscado y legitimados por Pedro Sánchez como representantes únicos de Cataluña, silenciando cualquier discrepancia. Su perfil bajo en la confrontación (dejando histrionismos y salidas de tono para los del PDeCAT), la "mesa de diálogo" y la reconversión de Gabriel Rufián de bufón de la corte en "hombre de estado" parecían ser el camino para usurpar la hegemonía nacionalista de la antigua Convergencia. El cielo estaba a su alcance.
El patinazo del PDeCAT
Pero el más impresionante de los castillos de naipes salta por los aires cuando falla una carta. Y para ambos partidos, las bases mismas de su estrategia se tambalearon con una sincronicidad perfecta. En el PDeCAT fué la nula gestión de la pandemia tras el estado de alarma. La imagen de Torra ya estaba "tocada" y su valoración era mínima por su papel de "quejica" durante todo el confinamiento, sin contar con su ausencia de gestión durante toda su legislatura previa, pero cuando su inacción empezó a tener consecuencias (en el Segrià, en Lleida, luego Hospitalet, Barcelona, área metropolitana barcelonesa y últimamente incluso Girona) sus inadmisibles afirmaciones de que "con la independencia habría menos muertos" quedaron en evidencia. Nadie lo estaba gestionando peor.
Pero en ERC la cosa fué mucho peor, porque a la gestión de la pandemia se sumó Oriol Junqueras. Porque en estos tiempos de crisis sanitaria las competencias más delicadas estaban en manos de Esquerra, y la gestión de Salud (Alba Vergés), residencias y trabajo (Chakir El Homrani) ha sido nefasta, siendo muy generosos. En el caso de Alba Vergés, sus boicots a los hospitales de campaña del ejército en el momento de mayores bajas por la pandemia, usando las más variopintas excusas, desde que las telas eran "inadecuadas" hasta su rechazo al color verde, llevó a las poblaciones afectadas a protestar por su gestión e incluso a declararla "persona non grata" (Sant Andreu de la Barca). Y no olvidemos que en esta cruzada contra los hospitales de campaña Gabriél Rufián tuvo un papel fundamental. Era fácil suponer que la imagen de militares españoles salvando vidas en Cataluña era algo que trataban de evitar a toda costa.
Lo opuesto a Nelson Mandela
Pero si no fueran suficientes estas papeletas para echar por tierra cualquier pretensión de moderación, eficiencia y pragmatismo, la base misma de su "dignidad" se volvió en contra de ellos. Porque aquellos a los que el nacionalismo denomina "presos políticos" (contra el criterio de todas las ONG pro derechos humanos del mundo) ya están en la calle y el primero de ellos, Oriol Junqueras, viene guerrero. No olvidemos que Junqueras es el preso principal. El que "dió la cara" tras el golpe mientras Puigdemont huía. Por mucho que los políticos del PDeCAT luzcan también en su pecho el codiciado lazo amarillo (símbolo noble que concede automáticamente dignidad a aquél que lo luce) realmente los nacionalistas en quien piensan al ver el lazo es en Junqueras, el nuevo Mandela. El problema es que el auténtico Mandela pasó de activista y alborotador (cuando menos) a hombre de paz, que salió de prisión con la misión de reconciliar a su pueblo, de combinar los símbolos y las voluntades de las dos fuerzas antagónicas en una convivencia pacífica. Pero Junqueras no quiere eso. Quien ya comunicó al gobierno que "se metieran el indulto por donde les cupiera" (literalmente) viene dispuesto a dinamitar todos los puentes con la izquierda socialista a la que considera cómplice de su encarcelamiento (en lugar de cuestionar sus propias acciones). Junqueras echa por tierra los sueños de los republicanos de ese "tripartito de izquierdas" que les ofrecería una salida digna ante el fracaso del proyecto secesionista. Junqueras no quiere diálogo (no lo quiso en su momento con Soraya Saenz de Santa María ni en momentos posteriores, así que no es extraño que lo siga rechazando). Tanto Junqueras como Puigdemont (cada uno por sus propias circunstancias) han estado muy alejados del sentir de la calle y de lo que hoy preocupa a los catalanes, y por eso los discursos de ambos se centran en el enfrentamiento y la reivindicación, sin una sola palabra para la pandemia, los fallecidos o la sangrante crisis económica que nos asola.
Una vieja gloria molesta
Junqueras es hoy el líder indiscutido que se interpone entre su partido y el futuro, la vieja gloria a la que nadie quiere contrariar pero cuya presencia se interpone entre ellos y el futuro, bloqueando el golpe de timón de su partido e impidiéndole pasar de página cuando realmente lo necesita, pues los de Esquerra apuntaban ya directamente a ese votante nacionalista cansado de tanta guerra, que no quiere admitir la derrota pero sí cambiar una causa por otra ("la nació" por las causas sociales, por ejemplo), y ahora se ven obligados a obedecer a la vaca sagrada cuyo símbolo ostentan en el pecho los líderes nacionalistas sin poderse negar bajo pena de exclusión social.
Porque los "presos polítics" fueron un arma ideológica formidable, pero ya están amortizados, y ahora, que ya no son "presos" ni "polítics" ni "presos polítics", lo que sí son es un obstáculo para el nacionalismo posibilista, aquél que ya se ha dado cuenta de que Cataluña no puede vivir eternamente echando el "lazo" a un imaginario 1714.