Esta semana se ha producido un hecho aterrador. Y no me refiero a que miembros de un CDR hayan sido detenidos por preparar presuntamente un atentado con explosivos (cosa que ya han reconocido a la policía), ni siquiera hablo de la reacción en bloque del nacionalismo que, con una sola voz, lo negó todo, denunciando sin prueba alguna un "montaje del estado". Me refiero a las manifestaciones de nacionalistas catalanes reivindicando a los presuntos terroristas y amenazando a las fuerzas de la ley al grito de "Pim, Pam, Pum, Que no en quedi ni un!" (Que no quede ni uno).
En este momento de ánimos artificialmente caldeados, si hiciéramos el ejercicio de retroceder siete años y trasladarnos a aquella primera diada politizada, a aquél 11 de septiembre de 2012, probablemente nos quedaríamos muy sorprendidos del cambio que ha experimentado el nacionalismo en este periodo.
Entonces los ánimos eran calmados, y los argumentos, aunque más tarde se demostrarían falsos, parecían lógicos. "El Estado español mantiene unas balanzas fiscales descompensadas que perjudican a Cataluña", se difundía. "Permaneciendo en España jamás saldremos de la crisis", era otro axioma. "En Cataluña tenemos el gobierno de los mejores", "menos corrupto", "más europeo".. Y la gente salía a la calle creyendo realmente que aquello era una revolución de sonrisas. Si hubiésemos preguntado a cualquier asistente de aquella diada en la que Gerard Piqué ya paseaba a su hijo con confianza y optimismo hubiéramos constatado alegría, orgullo por los líderes del "procés" (el mesiánico Artur Mas y el intachable Jordi Pujol) y mucha, pero que mucha superioridad moral, pero nada de la cuantiosa bilis que hoy destilan las referencias a España. Los asistentes nos hubieran hablado (entre sonrisas condescendientes) de la mediocridad de los políticos españoles, de su poca disposición a lo que entonces se llamaba "diálogo" y hoy se sabe que significaba "claudicación".. pero nadie hubiera hecho referencias al nazismo ni al franquismo, ni a la inferioridad genética de los españoles, ni a la "lengua única de Cataluña". Los independentistas que asistían a aquél fabuloso e hiperfinanciado "kumbayá" ni se plantearían que sus líderes se hiciesen fotos con ex-terroristas como Otegui, Sastre o Bentanachs, contratasen como abogados a condenados por terrorismo como Boye o fuesen a emprender acciones unilaterales, y menos aún un golpe de estado.
Y desde luego no se hubieran identificado con la violencia de las agresiones de Arràn contra la prensa discrepante, ni hubieran "desinfectado las calles" donde pisase un rival político, ni roto los cristales de una sede, ni cantado "vivas" a ETA ni a Terra Lliure, y hubieran rechazado a sus líderes si les conminasen a preparar un "otoño caliente", "apretar", o "llevar la lucha a otro nivel". Y nunca, jamás, hubiesen amenazado a la policía con el conocido grito terrorista "¡Pim, pam, pum, que no quede ni uno!", aunque sus líderes les repitiesen esa consigna desde un megáfono, como al parecer ha pasado esta semana.
¿Qué puede haber cambiado en estos siete años?
Tal vez muchos nacionalistas responderían a esta pregunta con una larguísima lista de agravios presuntamente cometidos por el gobierno de España. Muchos de ellos serán falsos, desde luego, otros exagerados y otros serán ciertos, aunque seguramente ninguno hubiera tenido lugar de no existir la ofensiva nacionalista.
Pero la auténtica respuesta está en los medios de comunicación nacionalistas. El estado de opinión que ha sido capaz de crear el entramado mediático financiado o subvencionado por la Generalitat es el mayor poder del nacionalismo. Una enorme maquinaria que tiene como combustible el dinero de todos los catalanes y que, da igual lo que suceda, sea la noticia grande o pequeña, tiene siempre preparada su propia versión. Cuando se acusó a un italiano y a un catalán de matar a otro catalán en Tailandia, la prensa nacionalista anunció que un italiano y un "ciudadano español" habían matado a un catalán, cosa que no dejaba de ser lo mismo pero también una horrible manipulación, cuando tan catalán es el asesino como la víctima y tan española esta como aquél. Cuando una niña fue agredida por su profesora nacionalista por dibujar una bandera Española, ahí fue toda la caverna mediática a negar la mayor y encargarse de que la profesora no fuese despedida. Cuando los padres de los compañeros de clase de la niña agredida acompañaron a sus hijos para pegar corazones en la puerta del colegio en señal de solidaridad, ahí estaba el diario "La República" para llamar a ese acto un "ataque fascista contra el colegio".
No parece haber escapatoria. La prensa nacionalista no necesita hechos, sino tan solo un relato. Ni siquiera necesitan consultarlo entre ellos, tan obvia es siempre la respuesta. Ahora que la guardia civil ha detenido a un grupo de CDR al que llevan dos años siguiendo y grabando sus llamadas, porque ya no solo están elaborando explosivos, sino que han explosionado algunos en diversas canteras para medir su poder destructivo, y ahora que se les han encontrado planos de un cuartel de la guardia civil a pocos días del aniversario del 1 de Octubre.. el nacionalismo en bloque anuncia "Un montaje del Estado". Lo curioso es que la prensa no nacionalista está informando con prudencia, a la espera de más datos para poder resolver las dudas que aún quedan. La prensa nacionalista no tiene ese problema, porque no necesita hechos, ya tiene su relato: Es una conspiración del estado. ¿Qué podría ser si no? Y si las detenciones no se hubieran llevado a cabo, y si el día 1 de octubre estallase una bomba en el cuartel de la Guardia Civil o, peor aún, si el 12 de octubre, día de la hispanidad, un artefacto explosivo segase la vida de decenas de sus rivales políticos. ¿Qué dirían? ¿Reconocerían al fin la violencia que han contribuido a crear?. Tal vez incluso la justificarían.
¿Creéis que estoy yendo demasiado lejos? ¿Creéis que la antigua "gent de pau" no está aún preparada para asumir como propia la violencia terrorista? Ojalá, pero los mensajes son claros.
Y no me refiero solo al "¡Apretad, apretad!, ¡Que hacéis bien en apretar!" del presidente delegado Quim Torra, ni a dos cargos públicos de la CUP que han amenazado a la policía y a discrepantes con que deben "mirar bajo el coche" en alusión a las bombas lapa con las que ETA masacraba a los servidores de la ley. Me refiero a que el nacionalismo y los medios llevan años blanqueando al terrorismo, al que ahora vuelven a llamar "lucha armada", cuando entrevistan al fundador de Terra Lliure, Freddi Bentanachs, i lo anuncian, orgullosos, como "gran reserva del independentismo". Cuando Puigdemont y Torra comparten un abogado ex-terrorista y ex-convicto, y otro ex-terrorista, Carles Sastre, planifica y ejecuta las Huelgas (sabotajes) "de país". Cuando la Generalitat compra "armas de guerrilla urbana" para sus Mossos de Esquadra y hace lo posible para politizar a su directiva y dos de los tres partidos del tripartito que (des)gobierna Cataluña apuestan no ya por la desobediencia, sino directamente por la confrontación en las calles. El "!Pim, Pam, Pum, Que no quede ni uno!" de los desacomplejados CDR. El "otoño caliente" anunciado por Torra.
Los medios del nacionalismo, y en especial los medios de comunicación, son los que han creado este clima de hostilidad, pre-revolucionario, que solo requiere una chispa para estallar, y los líderes nacionalistas se pasean por él con nitroglicerina.
Mientras tanto Cataluña, en términos generales, sigue viviendo igual que en 2012, sin recibir ni mejor ni peor trato que el resto de España (algunos dirían que mejor), sin que falte un plato en la mesa o un euro en el bolsillo más o menos que en otras comunidades, pero los incansables medios nacionalistas siguen alimentando una animadversión artificial, un odio sin fundamento.. hasta que todo estalle.
Menuda irresponsabilidad. Menudo crimen.