Ya lo dijo la mujer de Torra la misma semana en que la CUP votó a su marido como presidente de la Generalitat Catalana: "Nosotros no pensamos ir a la cárcel". Y es que la cruda realidad de ver a compañeros de partido juzgados y próximos a responder de sus presuntos actos delictivos ha hecho de la estrategia de Quim Torra un alarde de gesticulaciones desafiantes en las que no llega a romperse un plato.
Porque si nos remitimos a los hechos, la mayor desobediencia del delegado de Puigdemont ha sido jugar a quitar y poner la pancarta en la que se refiere a los presuntos golpistas como "presos políticos". Un juego que siempre acaba con Torra obedeciendo con la mano derecha y con la izquierda haciendo que algún amigo cuelgue otra pancarta diferente pero parecida.
Ya lo expresó la portavoz del govern (y humorista involuntaria) Meritxell Budó, cuando esta pasada semana manifestó que estaban a favor de la "desobediencia civil" pero que ellos, como gobierno, no podían practicarla.
Esto, más que un posicionamiento puntual, parece una estrategia conjunta que ya ha llamado la atención en casos como la proclamación de Amer, el pequeño pueblo (unos 2000 habitantes) que vio nacer a Puigdemont y que desinfecta con vinagre el suelo cuando lo pisa Inés Arrimadas. El manifiesto leído en la plaza mayor venía a decir que el pueblo ya no se consideraba parte de España ni estaba bajo su soberanía. Una declaración épica, valiente, arriesgada, al menos hasta que añadieron la coletilla de que, en cualquier caso, no cometerían ninguna falta administrativa. Vamos, que nada de nada.
¿Y qué propósito tiene todo este juego? Seguramente el que todos pensamos. Quieren que, al igual que el 1 de octubre de 2017, sea "el pueblo" el que salga a la calle a librar su lucha. Quieren que sean otros quienes se pongan bajo las porras de la policía, pero sobre todo que sean otros los que acaben con sus huesos en la cárcel, porque la foto de Junqueras en plan pacifista vende mucho, pero la libertad vale más, y los mártires vienen muy bien pero ya hay suficientes.
Y es con estas cartas con las que el gobierno de Torra prepara su "respuesta" a la sentencia del "procés" (como si una sentencia judicial necesitase otra respuesta que el acatamiento). Porque el actual plan de Torra (una vez descartado el simulacro de secuestro del Parlament tras ser detenidos los CDR que presuntamente iban a llevarlo a cabo) es la "marcha hacia Barcelona", una marcha con reminiscencias de la que llevó a cabo Mussolini sobre Roma como pistoletazo de su régimen fascista, pero que el nacionalismo prefiere emparentar con ejemplos menos violentos, mencionando (como no) a Ghandi, Mandela y otros líderes pacifistas cuya memoria desvirtúan con cada comparación.
Solo nos queda ver qué seguimiento y efectividad tendrá esa marcha, que a buen seguro finalizará con un buen asedio a la ciudad como no se ve desde 1714. Torra espera que los caminantes blancos (o amarillos) colapsen las vías durante tres días cortando las comunicaciones con la ciudad, aunque es más que posible que el auténtico propósito sea el mismo que hace dos años, es decir: obtener vistosas fotos de la policía dando palos a diestro y siniestro para desalojar las vías, y así poder llorar ante Europa por la "represión" ("nos detienen por caminar" podrían decir) mientras los mártires del pueblo se llevan los palos y las condenas, algo con lo que Torra y los suyos no piensan cargar.
Así que no esperéis que Torra arríe la bandera de España en el Palau de la Generalitat, ni que abra las puertas de las cárceles de Lledoners y deje libres a los presos, ni que salga al balcón a proclamar la República Catalana, porque ya hay suficientes políticos en prisión y el nacionalismo no necesita más mártires, gracias.