El ejemplo del 1 de octubre de 2017 está aún muy reciente para Quim Torra, así que el actual presidente de la Generalitat de Cataluña, pese a sus discursos incendiarios y sus llamadas a la desobediencia, está evitando decir o hacer nada que pueda llevarle a la misma situación que sus colegas encarcelados. Pongamos algunos ejemplos:
* No ha descolgado la bandera española de la Generalitat, pese a que lo de colgar y descolgar pancartas es lo suyo.
* No ha abierto las cárceles para liberar a sus compañeros presos, pese a que él tiene las llaves (metafóricamente hablando), ya que las competencias penitenciarias están transferidas a Cataluña.
* No ha declarado la independencia, pese a que es lo que sus fieles esperaban de él.
El independentismo en su conjunto juega esta semana al doble juego de siempre. Un juego de poder entre neoconvergentes y republicanos, con la mente puesta en el tablero electoral de cara no solo a las próximas elecciones generales, sino sobre todo a unas próximas (y tal vez definitivas) elecciones autonómicas, donde no solo se decidirá la hegemonía dentro del independentismo, sino si este es capaz de conservar la mayoría de escaños (ya que la mayoría de votos no la ha tenido nunca).
Sin embargo hay dos cuestiones clave que hacen que las fuerzas independentistas necesiten seguir movilizando a las masas de la forma en que lo hacen.
* Han puesto toda su maquinaria mediática en marcha y no es imposible que se produzca alguna muestra de apoyo, por pequeña que sea, en alguna parte. Por el momento no parece que vaya a suceder, pues los primeros apoyos (de Francia y de Alemania) han sido para España, su democracia y su sistema jurídico.
* No pueden admitir ante sus fieles que el juego ha cambiado. El primer partido en admitirlo abiertamente contará con el rechazo de los sectores más radicales y aún convencidos de que sus deseos, pese a ser quiméricos y minoritarios, pueden aún realizarse.
En este punto ERC y el PDECAT (o como decida llamarse) juegan a aquél estéril juego de nuestra adolescencia en la que nos daban las tantas en la discoteca y queríamos irnos a dormir, pero nadie quería ser el primero en reconocerlo por no quedar como un "nenaza" (perdónenme esta expresión hoy tan políticamente incorrecta).
A primera vista es ERC quien tiene los números para abrazar antes el posibilismo y pragmatismo que un día perteneció a su oponente, con la actitud menos agresiva de Junqueras y el viraje (relativo) a un cierto sentido común de Gabriél Rufián, por el cual sus seguidores están a punto de convertirse en sus verdugos. Sin embargo, una vez quemado este último cartucho de conflicto civil (y si tenemos la suerte de que no se produzca ninguna desgracia grave) será el momento de la política de las realidades, y en ese momento el PDECAT probablemente quiera recuperar ese espacio que los republicanos le están arrebatando.
Hoy aún resuena la edulcorada épica de las performances de ayer, pero ya empiezan a agolparse los documentos gráficos de una violencia de la que a Torra cada vez es más difícil desvincularse. Agresiones a una señora mayor, ataques a una chica, patadas en el suelo a una mossa por parte de los mismos que levantan las manos como "gente de paz".. Imágenes cada vez más lamentables, que no sorprendentes, que no contribuyen en nada a dignificar una protesta que nunca tuvo sentido. El teatro está a punto de terminar, y pronto la lucha por el control del nacionalismo (y por su propia hegemonía) será encarnizada.