Cuando una persona decide que quiere ser agente de la ley no piensa en medrar y hacerse rico, sino en contribuir al bienestar de la sociedad. Un agente sabe que los momentos de recompensa serán más bien escasos y que tendrá que jugarse el tipo más de una vez para proteger a la gente de amenazas serias o incluso de cosas más bien absurdas. Lo que un agente no espera es que hordas de ciudadanos enfadados, esos mismos ciudadanos a los que ha jurado servir y proteger, le sometan junto a sus compañeros a un terrorífico asedio.
Eso es lo que pasó el 20 de septiembre de 2017 y eso es lo que el nacionalismo pretendía repetir este pasado viernes, conmemorando el segundo aniversario de aquél acto vergonzoso con un nuevo asedio a la Guardia Civil. Puedo imaginar que muchos agentes pensaron en pedir la baja este viernes pero también estoy convencido de que ninguno lo hizo. Sabían que les tocaba enfrentarse sin ayuda a las provocaciones y que no debían caer en ellas, porque ese era su deber, el verdadero uniforme bajo su uniforme, su vocación de servicio.
Cuando un agente ve que los vándalos van hacia él, envalentonados por el anonimato de las capuchas (y por la seguridad de que viven en un país libre y democrático en el que lo más grave que les puede pasar es que les identifiquen) lo que no espera es que mucha otra gente a la que también ha defendido acuda en masa a defenderle a él. "Esta es nuestra policía" anunciaban la mayoría de congregados ante los CDR, los comandos de represión, imaginativamente autodenominados "Comités de Defensa de la República", que asistían sorprendidos a una escena en la que los Barceloneses se interponían entre la abierta hostilidad de los CDR y la impasividad debida de los agentes de la ley.
Y no vayamos a exagerar ahora la épica. Seguramente de no haber aparecido esos ciudadanos indignados contra un nacionalismo mermante pero radicalizado, que alienta la violencia bajo un disfraz de pacifismo, lo peor que hubiera pasado es un espectáculo lamentable de agentes impertérritos manteniendo en la medida de lo posible su dignidad bajo los insultos, los símbolos de exclusión y los probables ataques con pintura amarilla. Probablemente no hubiera habido heridos, solo la triste humillación de quienes han jurado respetar la ley por parte de quienes han prometido violentarla. Pero por suerte no pasó eso.
Porque la gente congregada impidió la humillación. Porque ante las bravuconadas de los CDR reivindicando a Puigdemont, los constitucionalistas respondieron poniendo a todo volumen la canción "Waterloo" de Abba. Porque ante los gritos de "Els carrers seràn sempre nostres!" (Las calles serán siempre nuestras), sonó el himno de España para demostrar que las calles son de todos. Y esta vez no acudieron los mossos para detener a quienes ponían el himno, porque los mossos ya estaban allí, y entre la ley y el caos, los mossos de a pié de calle no tienen dudas, otra cosa son sus mandos cuando se empeñan a colocar a sus subordinados entre la espada y la pared, como sucedió hace dos años, pero no así esta vez.
Estoy convencido de que la reacción de la gente al salir a la calle y proteger su democracia y a quienes la defienden no puede haber dejado indiferentes a los servidores de la ley. Ni Guardias Civiles, ni Policías Nacionales, ni Mossos de Esquadra, ni ningún otro cuerpo que haya tenido conocimiento de esto puede ponerse de parte de quienes asedian y humillan a los servidores de la ley porque esta se interponga entre ellos y su objetivo político. Porque aquellos agentes, resignados y comprometidos a aguantar como siempre el envite del odio sin ayuda ni recompensa, se vieron recompensados por la gratitud y la solidaridad de aquellos a los que sirven. Si algún agente ha sentido flaquear su vocación, esa tarde debieron disiparse sus dudas. Solo por esto vale la pena.
Porque la policía está para defender a la gente, la ley y la democracia. Pero a veces, solo de vez en cuando, la gente sale a la calle para defender la democracia, la ley y a la policía.